La Inquisición y la Ciencia y el caso Galileo.
Una de las excusas que formulan algunos (para no cambiar su
miserable existencia en unos casos, por supina incultura en otros y en otros,
por último, por afán de obtener ganancias personales) son las acusaciones de
«superstición» y de «oscurantismo» de la Iglesia fundada por el Hijo de Dios.
Sin embargo, cualquiera que se moleste en investigar
descubrirá lo que veremos a continuación: una introducción hacia algunas de las
pruebas que demuestran que, precisamente, los avances científicos, técnicos o
tecnológicos son fruto de la protección ejercida siempre por la Iglesia
Católica hacia la ciencia y hacia el verdadero progreso. La prestigiosa revista
"Scientific American" demuestra el protagonismo científico de la
Iglesia Católica Romana.
Ahí se nos muestra tres grandes aportadores católicos que
han sido olvidados:
1. El Sacerdote Christopher Clavius; sin el no podemos
entender las metamatemáticas modernas, el mismo Albert Einstein así lo afirmo.
Este hombre reformo el Calendario que fue aprobado por el Papa Gregorio XIII en
1582. Escribió un manual sobre álgebra y comentó los libros de Euclides y el
tratado Sobre la esfera de John Sacrobosco, que se convirtieron en textos
canónicos sobre matemática y astronomía. En la última edición, de 1611, de su
In Sphaeram Ioanis de Sacrobosco Commentarius, indicaba que, tras los nuevos
descubrimientos, incluidos los de Galileo, se imponía una reforma del sistema astronómico.
Contribuyó a la redacción de la Ratio studiorum de la Orden, en particular del
relieve concedido a la matemática.
2. El Sacerdote Christopher Scheiner, el fue quien
construyó el primer telescopio moderno y publicó el primer estudio completo sobre
el sol publicando sus resultados en 1630 en su obra Rosa Ursina. Descubrió la
Nebulosa de Orión y, en 1631, contempló el tránsito de Mercurio a través del
Sol.
3. El Frayle Domingo de Sotoquien estableció que el
movimiento de caída libre era un movimiento uniformiter difformis
(uniformemente acelerado) con respecto al tiempo en 1551, en sus cuestiones
disciplinares sobre el libro séptimo de los Físicos de Aristóteles. Esto seria
retomado (o robado según se vea) por Galileo para establecer su Ley de
Movimiento de Caída Libre que no encontró ni inmediata ni universal aprobación
hasta el siglo XVIII con ayuda de Isacc Newton.
Todo esto muy diferente a la posición del mismísimo Martin
Lutero que decía de Copérnico y el Heliocentrismo:
“La gente le presta oídos a un astrologo improvisado que trata de demostrar en cualquier modo que no gira el cielo sino la tierra, para ostentar inteligencia basta con inventar algo y darlo por cierto; este Copérnico en su locura quiere desmontar todos los principios de la Astronomía.”
El Heliocentrismo y el Caso Galileo.
La gloria de Galileo descansa sobre descubrimientos que
nunca hizo y sobre hazañas que nunca logró. Contrariamente a lo que se afirma
en muchos libros, incluso recientes, de historia de las ciencias, Galileo no
inventó el telescopio, ni el microscopio, ni el termómetro, ni el reloj de
balancín. No descubrió la ley de la inercia; ni las manchas solares. No aportó
contribución alguna a la astronomía teórica. No dejo caer pesos desde lo alto
de la Torre de Pisa; y no consiguió demostrar la veracidad del sistema de
Copérnico. No fue torturado por la inquisición, ni excomulgado, no dijo “eppur
si muove” (sin embargo se mueve); Nunca fue un mártir de la ciencia.
El caso Galileo suele ser utilizado para afirmar que la
Iglesia católica es enemiga del progreso científico. Por tanto, me llama la
atención que bastantes católicos, incluidos sacerdotes, religiosos y otras personas
que tienen conocimientos teológicos, conozcan ese caso de un modo bastante
superficial y, en ocasiones, incluso equivocado.
Se suele hablar de dos procesos contra Galileo: el primero
en 1616, y el segundo en 1633. A veces sólo se habla del segundo. El motivo es
sencillo: el primer proceso realmente existió, porque Galileo fue denunciado a
la Inquisición romana y el proceso fue adelante, pero no se llegó a citar a
Galileo delante del tribunal: el denunciado se enteró de que existía la
denuncia y el proceso a través de comentarios de otras personas, pero el
tribunal nunca le dijo nada, ni le citó, ni le condenó.
Por eso, con frecuencia no se considera que se tratara de un
auténtico proceso, aunque de hecho la causa se abrió y se desarrollaron algunas
diligencias procesuales durante meses. En cambio, el de 1633 fue un proceso en
toda regla: Galileo fue citado a comparecer ante el tribunal de la Inquisición
de Roma, tuvo que presentarse y declarar ante ese tribunal, y finalmente fue
condenado. Se trata de dos procesos muy diferentes, separados por bastantes
años; pero están relacionados, porque lo que sucedió en el de 1616 condicionó
en gran parte lo que sucedió en 1633.
a) En 1616 se acusaba a Galileo de sostener el sistema
heliocéntrico propuesto en la antigüedad por los pitagóricos y en la época
moderna por Copérnico: afirmaba que la Tierra no está quieta en el centro del
mundo, como generalmente se creía, sino que gira sobre sí misma y alrededor del
Sol, lo mismo que otros planetas del Sistema Solar; los hechos de 1616 acabaron
con dos actos extra-judiciales; se amonestó personalmente a Galileo, para que
abandonara la teoría heliocéntrica y se abstuviera de defenderla, hizo bien la
Inquisición en amonestarlo y censurarlo ya que Galileo jamas pudo comprobar que
la teoría heliocentrista de Nicolás Copérnico que el daba por hecho debido a
sus constantes errores científicos. La Iglesia nunca se opuso al heliocentrismo
mas no lo apoyaba como dogma científico al no haber suficientes pruebas; la
primera prueba científica absoluta del heliocentrismo ocurrirá hasta 1748.
b) En 1633 se acuso nuevamente a Galileo de sostener
doctrinas heréticas. Si bien para 1623 coincidieron unas circunstancias que
parecían favorecer una revisión de las decisiones de 1616, o por lo menos hacer
posible que se expusieran, aunque fuese con cuidado, los argumentos a favor del
copernicanismo. El factor principal fue la elección como Papa del cardenal
Maffeo Barberini, que tomó el nombre de Urbano VIII. Era, desde hacía años, un
admirador de Galileo, a quien incluso había dedicado una poesía latina en la
que alababa sus descubrimientos astronómicos.
En 1624 Galileo fue a Roma y el Papa le recibió seis veces,
con gran cordialidad. Pero Galileo comprobó, al tantear el asunto del
copernicanismo, que, si bien Urbano VIII no lo consideraba herético (de hecho
nunca fue declarado tal), lo consideraba como una posición doctrinalmente
temeraria y, además, estaba convencido de que nunca se podría demostrar: decía
que los mismos efectos observables que se explican con esa teoría, podrían
deberse a otras causas diferentes, pues en caso contrario estaríamos limitando
la omnipotencia de Dios.
Envalentonado por eso, escribe su obra Diálogos sobre los
dos máximos sistemas del mundo la cual según el, le daría el éxito total.
Simplemente, la presentaría como un diálogo entre un partidario del
geocentrismo y otro del heliocentrismo, sin dejar zanjada la cuestión. Y
añadiría el argumento del Papa. Pero el lector inteligente ya se daría cuenta
de quién tenía razón. Desafortunadamente Galileo metió un error científico:
Decir que las mareas eran ocasionadas por el giro de la tierra, los cardenales
en 1633 le refutaron que era por la atracción de la Luna y Galileo se rio de
ellos. Tenían razón los Cardenales.
El proceso de Galileo no debería entenderse como un
enfrentamiento entre ciencia y religión. Galileo siempre se consideró católico
e intento mostrar que el copernicanismo no se oponía a la doctrina católica.
Por su parte, los eclesiásticos no se oponían al progreso de la ciencia;
durante su viaje a Roma en 1611, se tributó a Galileo un gran homenaje público
en un acto celebrado en el Colegio Romano de los jesuitas, por sus
descubrimientos astronómicos.
El problema es que no consideraban que el movimiento de la Tierra
fuera una verdad científica, e incluso algunos (entre ellos, el Papa Urbano
VIII) estaban convencidos de que nunca se podría demostrar. Galileo hizo mal en
pasarse de vivo creyendo que su amistad con Su Santidad le podía dar total
poder de decir y hacer lo que quisiera.
Finalmente, Galileo se retracto, allí fue condenado a
prisión que, en vista de sus buenas disposiciones, fue conmutada inmediatamente
por arresto domiciliario, de modo que nunca llegó a ingresar en la cárcel. El
embajador de Toscana, Francesco Niccolini, apreciaba muchísimo a Galileo, y
puso todos los medios para que sufriera lo menos posible con el proceso, y para
que no ingresara en prisión. Niccolini consiguió que, al acabar el proceso, la
pena de prisión que se le impuso fuera conmutada por confinamiento en Villa
Medici.
Después de pocos días se le permitió trasladarse a Siena,
donde se alojó en el palacio del arzobispo, monseñor Ascanio Piccolomini; éste
era un gran admirador y amigo de Galileo, y le trató espléndidamente durante los
varios meses que estuvo en su casa, de modo que allí se recuperó del trauma
que, sin duda, supuso para él el proceso (en 1633, cuando tuvo lugar el
proceso, Galileo tenía 69 años). Después, se le permitió trasladarse a la casa
que tenía en las afueras de Florencia, y allí permaneció hasta que murió, ya
viejo, de muerte natural.
Continuara…
Bibliografía.
Lutero y el nacimiento del protestantismo. James Atkinson
Martín Lutero: su vida y su obra. Federico Fliedner.
Inquisicion: Historia Critica. R. Garcia Cárcel y D. Moreno.
Inquisicion sobre la Inquisicion. y La Inquisición. Las diez
sorpresas. Alfredo Junco.
I documenti del processo di Galileo Galilei, Pontificia
Academia Scientiarum. Sergio Pagano
Lo que deberíamos saber del caso Galileo. Mariano Artigas.
Comentarios