Los sacerdotes de mi vida
Dr. Jorge Arturo Rodríguez Reyna
A Monseñor Manuel y Monseñor Tarsicio, inolvidables amigos.
A Monseñor Manuel y Monseñor Tarsicio, inolvidables amigos.
Monseñor
Manuel Prado Pérez-Rosas†, SJ
Galarreta†
Arzobispo
Emérito de Trujillo |
Es
triste y vergonzoso para la Iglesia – para todos los que formamos parte de ella
– de que existan algunos malos sacerdotes y religiosos, hombres consagrados a
las cosas del Dios, que han deshonrado su vocación, que han desgarrado el
Corazón de Cristo, cometiendo delitos aberrantes, crímenes terribles. Pero de
otra parte, es un consuelo saber al mismo tiempo de que sólo son un número
reducido, una pequeña minoría, que no representa a la inmensa mayoría de presbíteros
y religiosos, quienes sí han entregado su vida y servicio a Dios a través de la
Iglesia.
Es noticia común hoy en día, que muchos
anticatólicos – entre ateos, protestantes y algunos “seudocatólicos” – se
amparen en la presencia de estos malos siervos de Dios, para intentar
generalizar dichas conductas pecaminosas a la totalidad de los miembros de la
Iglesia. Tratan de descalificar a la Iglesia por el delito de unos pocos.
No es mi afán defender los crímenes cometidos por los malos sacerdotes ¡Por supuesto que
no! A ellos ya los juzgarán las leyes de los hombres – como tiene que ser – y
más terrible aún, tendrán que responder un día ante el Supremo Tribunal de
Dios.
La intención de este artículo es destacar
que así como hay algunos malos sacerdotes – la minoría – también existe un gran
número de hombres que dedican sus vidas a servir verdadera y plenamente a Dios,
hombres que son santos ante El y ante los hombres.
Podría referirme a muchos sacerdotes, pues
varios he conocido desde mi infancia hasta la adultez, pero quiero centrarme
concretamente en dos de ellos, grandes amigos que ya han partido al encuentro
del Señor. De esta forma no podrían evitar que los mencione, pues su gran
humildad les habría movido a pedirme no hacerlo si aún estuvieran entre
nosotros físicamente.
Ellos son Monseñor Manuel Prado Pérez-Rosas
S.J. y Monseñor Tarsicio Solano Galarreta, Arzobispo y Vicario General de la
Arquidiócesis de Trujillo (Perú), respectivamente. Grandes hombres, grandes
padres espirituales, grandes maestros, grandes amigos, grandes confesores,
grandes personas; finalmente, grandes y –al mismo tiempo–, humildes siervos del
Señor.
No quiero hacer una biografía extensa de
cada uno, pues seguramente en su momento lo haré si el Señor así lo quiere.
Quiero más bien fijarme en algunas de las virtudes que pude conocer en sus
vidas y resaltar su influencia decisiva sobre la vida de este humilde hijo de
Dios.
Conocí a Monseñor Tarsicio Solano, cuando
en compañía suya y el de otros adolescentes como yo, fundamos el Movimiento
Eucarístico Juvenil de la ciudad de Trujillo. Corría entonces el año 1991.
Todos éramos jóvenes recién egresados de las aulas del colegio, en el periodo
comprendido entre aquél y la universidad.
Monseñor Tarsicio Solano fue el Asesor
Espiritual del Movimiento Eucarístico Juvenil (MEJ) durante 11 años continuos
(hasta que partió a la Casa del Padre), en los cuales participé activamente.
Sábado a sábado nos reuníamos bajo su dirección un grupo de jóvenes ansiosos de
conocer a Dios, muchachos llamados por el Señor, pescados por sus redes y
convertidos luego en nuevos pescadores. Semana tras semana compartíamos las
reuniones de lectura bíblica, cantos, dinámicas y algunas veces jornadas y
retiros espirituales, a través de las cuales fuimos alimentando cada vez más
nuestro espíritu, conociendo y amando más y más a Jesús. Y en cada una de esas
reuniones estaba presente nuestro querido Monseñor Tarsicio (“Chicho” como
cariñosamente le decíamos entre nosotros), dándonos sus consejos, sus
orientaciones, sus correcciones, su don de gentes, su amistad, su santa
compañía.
Seguro es que también algunas veces pudimos
descubrir algún malestar en su apacible carácter – motivado a veces por nuestro
desdén y falta de perseverancia – pero tan sólo ocasionalmente. Lo considerábamos
como un padre espiritual, pero al mismo tiempo como un gran amigo. Y lo
maravilloso de todo es que aquel servicio de nuestro querido Monseñor era
totalmente gratuito, siendo su única recompensa el gozo que le producía
contemplar el que un grupo de jóvenes inexpertos en los caminos de la vida se
formaba en el camino del Señor. Nunca esperó ningún tipo de retribución
económica o de otra índole y por doble motivo: éramos jóvenes estudiantes de
escasos recursos y sobre todo, porque su servicio era por amor a Dios, a quien
él servía fielmente. Doy fe por mis tres hermanos menores y por mí, de que
siempre recibimos bendiciones de parte suya, nunca un maltrato, una burla, una
coacción, alguna incitación a obrar incorrectamente, una conducta impropia. Jamás.
Cabe mencionar que además de las asambleas
semanales, teníamos la suerte y bendición de poder reunirnos en privado con él
en muchas ocasiones, en la oficina que tenía en el Arzobispado de Trujillo,
tanto para tratar temas sobre la marcha del MEJ, como para consultas privadas
espirituales y confesiones que le solicitábamos. Puedo decir con toda certeza
que todo lo bueno que su amistad y consejo nos brindó, nos preparó para el
camino de la vida, en las tantas rutas por las que los años nos han llevado. Siempre
sus hijos espirituales lo recordamos con gratitud y decimos – como le
reconocíamos en su vida terrena – que él era el “papá del MEJ”.
A Monseñor Manuel Prado tuve la oportunidad
de conocerlo personalmente en el año 1995. Anteriormente lo había conocido sólo
de vista, durante las celebraciones eucarísticas que él presidía en la Catedral
de Trujillo o en encuentros arquidiocesanos de laicos. El año 1995 fui
designado para representar al Apostolado de la Oración (del cual el MEJ era la
sección juvenil) ante la Comisión Arquidiocesana de Laicos (CAL). De esta
manera pude compartir con los representantes de los otros movimientos
eclesiales y con el Arzobispo Monseñor Manuel, reuniones semanales (los días
martes) durante 5 años continuos. En todo ese período también fui bendecido con
la oportunidad de reunirme una vez al mes durante todo ese lustro, de manera
personal con Monseñor Manuel. En dichos encuentros me confesaba – cuando yo se
lo solicitaba – y recibía sus consejos y orientaciones sobre las dudas e
inquietudes propias de mi juventud.
Allí aprendí con él, el poder de la oración
y la vida comunitaria de la Iglesia, un mayor respeto a mi familia y amigos, la
maravilla de conocer, amar y dar a conocer al Señor. Alguna vez le compartí mis
anhelos por la vida consagrada, de lo que él me hizo desistir, haciéndome ver
que mi verdadera vocación estaba en el mundo, con mi servicio profesional, con
mi testimonio de vida (y menciono esto porque algunos creen que los sacerdotes
obligan o inducen a “meterse de curas” a los jóvenes a quienes brindan
consejería espiritual). Me alegró la sinceridad de su consejo, pues su
preocupación era que yo sirviera al Señor como a Él le resultara grato y no
como a mí se me podría ocurrir.
Monseñor Manuel Prado fue mi asesor espiritual
desde aquel lejano 1995 hasta hace un año (2011) cuando entregó su espíritu al
Padre del Cielo. Hasta el año 2000 de manera personal, como ya he referido, y
desde entonces hasta su partida, por medio de la vía telefónica y a través de
mensajes electrónicos. Cabe mencionar que en el año 2000, fue aceptada su
renuncia como Arzobispo de Trujillo, debido a su edad, siendo destinado a
labores pastorales en Huachipa (Lima), en la casa de retiro de los jesuitas.
Por mi parte, desde aquel año tengo un problema de salud que limita mis
actividades motoras. Durante todo este tiempo, su amistad y consejo han sido un
soporte vital que el Señor me ha concedido para afrontar las dificultades
propias de mi condición. Siempre en estos años y antes de ellos, su consejo ha
sido fundamental para las grandes decisiones que he tenido que tomar en la
vida. La experiencia me enseñó que siempre – inspirado por Dios – su
orientación fue la correcta. La experiencia también me ha mostrado lo
contrario, cuando no quise entender lo que él me decía.
Otra de las virtudes que puedo mencionar de
él – entre muchas más – fue que programaba su viaje pastoral a los pueblos del
ande liberteño durante el mes de mayo de cada año, para evitar de esta forma
los homenajes en Trujillo, la capital de la región, pues en ese mes se
celebraba su onomástico. Prefería pasar aquel día evangelizando y viajando
entre caminos difíciles, como un gran misionero, antes que ser homenajeado y
obsequiado en ceremonias públicas en Trujillo.
Ahora que escribo este artículo, casi un
año después de la partida de mi gran amigo, no puedo dejar de recordarle con
alegría y agradecimiento, sabiendo además, que él también fue asesor espiritual
de mis tres hermanos. Con ellos y con muchas otras personas más, podemos dar fe
de su conducta ejemplar y santa: http://inmemoriam.jesuitas.pe/2012/02/mons-manuel-prado-perez-rosas-sj/
Nunca en las reuniones comunitarias y
personales que tuvimos escuché de él alguna palabra inadecuada, nunca vi una
conducta inmoral, jamás oí de sus labios insinuaciones perversas o frases que
no tuviesen que ver con un sano consejo, con el animarme o felicitarme por
algún logro o también reprenderme por alguna idea o conducta mía que no iba de
acuerdo a las enseñanzas del Maestro.
Tantos siervos hay en la casa del Señor, la
mayoría buenos – de lo que puedo dar fe, junto con mis hermanos, mis amigos del
MEJ y muchísimas otras personas – aunque también existe una minoría de malos
sacerdotes, lo cual es motivo de tristeza para quienes amamos la Iglesia. Pero
el hecho de que exista una pequeño grupo de malos pastores que han deshonrado
la Casa de Dios, cometiendo abominaciones, corrupción, mentiras, en otras
palabras “pecados que claman al cielo” (Gn 18:20, 19:13; Ex 3:7-10, 22:20-22;
Dt 24:14-15; Jue 5:4), no es un argumento válido para generalizar dichos
escándalos a todos los sacerdotes.
A Dios gracias existen también buenos y
santos sacerdotes, como he tenido la bendición de conocer. Hay buenos pastores
en la Casa de Dios, hombres que entregan su existencia cada día al servicio de
la Iglesia, hombres que gastan y arriesgan su vida en las misiones. Hay hombres
de Dios que son un motor de santidad que mueve la Iglesia. Y de ello, soy
testigo.
Por eso es que me indigna cuando leo o
escucho que algunas personas desinformadas u otras quienes tienen un odio
visceral a todo lo que tenga que ver con la Iglesia Católica, se valen del
pecado de unos cuantos, para afirmar que todos los sacerdotes son corruptos,
violadores, pedófilos, entre otros. El odio hace que se obnubile la razón y eso
es lo que ocurre con algunos. No es que neguemos la presencia de malos
elementos en casa – lamentablemente los hay – pero de ahí, a generalizarlo para
todos, existe un abismo enorme.
Existen malos médicos, malos profesores,
malos abogados, malos profesionales en todas las ramas del saber. Malas
personas en cualquier área de la sociedad. Ladrones, corruptos, violadores,
pedófilos, asesinos; pero son la minoría, no la totalidad de ellos. No podemos
decir que porque un cirujano es negligente en sus operaciones, entonces todos
los cirujanos se comportan de igual manera. No podemos sostener que si algún
maestro pide dinero a sus alumnos para aprobarlos, entonces todos los docentes
son iguales. No es posible afirmar que todos los abogados son corruptos, porque
algunos de ellos falsifican documentos o información. Hacerlo significaría ser
una persona que no sabe utilizar el raciocinio, sino tan sólo el odio. Y cuando
el odio no se domina, enceguece la razón.
Lo más triste de todo, es que muchos de
estos acusadores son personas que se llaman a sí mismos “cristianos”,
seguidores del Maestro y sus palabras. Peor aún, se cuentan entre quienes
acusan a algunos “seudocatólicos”. A ellos les recuerdo el mandamiento del
Señor: “No darás testimonio falso contra tu prójimo” (Ex 20.16). Hay que tener
cuidado y ser objetivos, sin caer en subjetivismos, pues podríamos estar
incurriendo en calumnia, lo cual es un grave pecado.
Si existen malos sacerdotes en la Iglesia,
tengamos la certeza de que ellos serán juzgados por el Señor y al El habrán de
responder por sus perversiones, por sus escándalos, por su mal ejemplo y por la
culpabilidad de ser muchas veces piedras de tropiezo para los más pequeños y
frágiles, tanto en lo físico como en lo espiritual. Para ellos resuenan en
particular las palabras de Jesús: “Al que haga caer a uno de estos pequeños que
creen en mí, mejor le sería que le amarraran al cuello una gran piedra de moler
y que lo hundieran en lo más profundo del mar. Lc 17,1 Ay del mundo a causa de los escándalos!
Tiene que haber escándalos, pero, ¡ay del que causa el escándalo!” (Mt 18.6-7).
Y si alguna de sus faltas merece castigo por las leyes humanas, pues que así
sea, aunque resulte doloroso para la Iglesia.
Nunca olvidemos que por cada sacerdote o
religioso que se haya desviado del Camino del Señor, existen cientos que
caminan en la senda correcta. Por cada punto de oscuridad, existen muchas luces
que alumbran el camino de los creyentes. Por cada olor nauseabundo que se
desprende en casa, existe sobreabundancia de perfume de santidad. Invito a mis
hermanos católicos a orar siempre por sus sacerdotes y religiosos, pidiéndole
al Señor que nos envíe santos siervos a su Iglesia: "La cosecha es
abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados
que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9.38).
Ad mayorem Dei Gloria
Comentarios
Aunque también puedo decir con mucha tristeza que en mi vida conocí a seres humanos muy débiles (hombres y mujeres) al servicio del Señor, que por desgracia hicieron una mala opción de vida al elegir una vocación equivocada y la ausencia de la oración, hizo que llevaran una vida de escándalo, que fueron detectados y algunos salieron no les quedó otra y otros siguen, espero que se hayan enmendado y no sigan dando un testimonio triste, porque de seguro no brillará Dios a través de ellos. Pidamos al Señor en este tiempo de conversión tenga misericordia de ellos y podamos verlos como testimonio de vida, algún día...