Remedios contra la tibieza.




Por San Alfonso María de Ligorio.


Primer remedio: Tener un gran deseo de conseguir la santidad.

Los santos dicen que los ardientes deseos de conseguir la santidad son como fuertes alas que nos hacen subir muy alto en perfección. Y si cultivamos fervorosos deseos de conseguir la perfección espiritual, se podrán aplicar a nosotros las palabras que el profeta dice acerca de los que confían en Dios: "Subirán con las alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse" (Is. 40-31).

Tener un gran ideal de santidad fue lo que hizo que los santos alcanzaran tan grandes alturas de perfección. El ideal es una fuerte inclinación, un deseo muy intenso de conseguir algo. Los sabios dicen: "Cuidado con lo que deseamos, porque lo vamos a conseguir". Y la Sagrada Escritura promete en el bellísimo salmo 145: "El Señor Dios satisface los buenos deseos de sus fieles". Así que si ardientemente deseamos alcanzar la santidad, muy probablemente la vamos a obtener. Otros tenían mayores fuerzas físicas y quizás mayores cualidades intelectuales que los santos, pero estos tenían más vehementes deseos de conseguir la santidad y lograron conquistarla, mientras que otros que tenían más cualidades se quedaron a mitad del camino por falta de continuos y muy fuertes deseos de alcanzar la perfección.


Segundo remedio: Una firme resolución.

La primerísima y más importante resolución para llegar a la santidad será siempre el preferir morir antes que pecar. Preferir perder todos los demás bienes antes de perder la amistad con Dios o hacer o decir algo que a él le desagrade.

La experiencia nos enseña que sin la ayuda de Dios no somos capaces de resistir las tentaciones, pero con la gracia del Señor si no dejamos de luchar, lograremos salir victoriosos. La segunda resolución debe ser escoger siempre entre dos actuaciones la que parece que más le agrada a Nuestro Señor. Ojalá se pudiera repetir de cada uno de nosotros lo que Jesús dijo de sí mismo: "Mi Padre me ama, porque yo hago siempre lo que a Él le agrada".

Y empezar rápidamente, ahora mismo. Decir como aquella religiosa que al oír predicar a un célebre predicador acerca de lo necesario que es dedicarse ya desde el momento presente a conseguir la santidad, se fue donde él y le dijo: "Padre, quiero ser santa, pero santa prontamente". Y de tal manera se esmeró por lograr serlo, que a ocho meses murió con verdadera fama de santidad. Hay que empezar hoy mismo, ahora mismo, y no dejar para mañana el bien que ayer no quisimos hacer. Ahora mismo empezar a tratar de ser mejores, sin andar tratando de imitar el modo como se portan los demás, porque son demasiado pocos los que en realidad se dedican a vivir santamente.


Tercer remedio: La meditación.

La meditación llena el cerebro de buenos pensamientos, el corazón de afectos hacia Dios y hacia lo eterno, y la voluntad de provechosos propósitos: Con razón repetía San Luís Gonzaga: "No habrá mucha perfección donde no haya mucha oración y mucha meditación". La meditación nos hace evitar el pecado al pensar en la presencia de Dios y en las postrimerías que nos esperan: Muerte, juicio, infierno y Gloria. Nos despega de los bienes terrenos, haciéndonos pensar en los bienes eternos que nos esperan. Nos hace evitar el orgullo y crecer en humildad al recordarnos lo miserables y débiles que hemos sido y que seguimos siendo y al hacernos ver nuestra impotencia nos incita a recurrir a Dios con la oración. Pero si no dedicamos tiempos a la meditación, nos dejamos llevar por la disipación y caeremos en graves pecados.

Ahora se explica uno por qué San Francisco de Sales en su Filotea coloca como primerísima práctica para quien desea llegar a la santidad, dedicar cada día algún tiempo a la meditación, a pensar seriamente en Dios, en el alma y en los medios de conseguir la eterna salvación.


Cuarto remedio: Comunión frecuente.

Vamos a repetir aquí una página famosa de San Basilio.

Este gran santo y sabio dejó escritas unas bellas palabras que conviene no olvidar nunca: "Si te hincha el veneno del orgullo, toma este Sacramento, y el Pan Humilde, te hará humilde. Si la avaricia quiere apoderarse de ti, toma el Pan Celestial, y el Pan Generoso te hará generoso. Si la brisa nociva de la envidia y del egoísmo sopla sobre ti, toma el Pan de los Ángeles, y Él te comunicará el amor verdadero. Si te has entregado al exceso en la comida o en la bebida, toma el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y ese Cuerpo que ha soportado tantas mortificaciones, seguramente te irá llevando a la moderación y a la mortificación. Si te ataca la pereza y te vuelve sin ánimos para el bien, de manera que ya no te gusta rezar ni sientes fuertes deseos de hacer obras buenas, fortalécete con el Cuerpo de Cristo, y él te llenará de entusiasmo y de fervor. Finalmente, si sientes fuerte inclinación a la impureza, entonces, y especialmente entonces, toma el Cuerpo Santísimo de Cristo, y ese Cuerpo, el más perfectamente puro que ha existido, te irá llevando hacia la pureza y castidad”. 


Quinto remedio: La oración.

Para evitar la tibieza, y adquirir el fervor y crecer en el amor a Jesucristo no hay otro medio más necesario ni más eficaz que la oración. Dios en su infinita bondad al invitarnos a orar puso a nuestra disposición un medio infalible para progresar en santidad, y nos hizo una promesa muy consoladora: "Pedid y se os dará. Todo el que pide recibe" (Lc.11-9). La oración nos vuelve muy poderosos, porque nos consigue del Señor lo que por nuestras solas fuerzas o luces no podríamos alcanzar. Santa Teresa decía: "Me propuse conseguir de Nuestro Señor una gracia. Perseveré pidiendo. No me cansé de pedir, y al fin la conseguí".


Para evitar la tibieza, y adquirir el fervor y crecer en el amor a Jesucristo no hay otro medio más necesario ni más eficaz que la oración. Dios en su infinita bondad al invitarnos a orar puso a nuestra disposición un medio infalible para progresar en santidad, y nos hizo una promesa muy consoladora: "Pedid y se os dará. Todo el que pide recibe" (Lc.11-9). La oración nos vuelve muy poderosos, porque nos consigue del Señor lo que por nuestras solas fuerzas o luces no podríamos alcanzar. Santa Teresa decía: "Me propuse conseguir de Nuestro Señor una gracia. Perseveré pidiendo. No me cansé de pedir, y al fin la conseguí”.

Si oramos con fe podremos repetir las palabras del Salmo 65: "Bendito sea Dios que no rechazó mis súplicas ni me negó sus favores". San Agustín explicando estas frases añade: "Si por tu parte no falta la oración, puedes tener por cierto que por parte de Dios no faltarán las generosas ayudas". Y San Jerónimo advierte: "Siempre se alcanza de Dios ayuda, cada vez que rezamos". San Juan de la Cruz, maestro de oración repetía: "De Dios se alcanza, cuanto con ferviente oración se espera conseguir de Él, si conviene para nuestra alma".


Dios te bendiga.


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